1948 días sin ataques a la muralla · 25 pesetas · Edición Especial 

Abulensismo

¿Qué significa ser de Ávila? ¿Cómo son los abulenses de verdad? En esta sección lo contamos con humor, cariño y una bufanda bien puesta. El abulensismo es ese estado mental que mezcla frío, orgullo local y expresiones imposibles de traducir. Aquí encontrarás artículos sobre costumbres de Ávila, frases típicas como “¿tú de quién eres?”, historias que solo se entienden dentro de la Muralla y curiosidades sobre la vida en Ávila que no salen en las guías turísticas.

Analizamos cómo habla la gente de Ávila, qué obsesiones comparten (sí, los torreznos) y por qué todo parece estar cerrado cuando más lo necesitas. También hablamos del carácter abulense, con su mezcla de sarcasmo, hospitalidad y resistencia climática. Si alguna vez te has preguntado cómo son los abulenses o qué hace especial a esta ciudad, este archivo es para ti. Aquí empieza tu curso intensivo de identidad abulense.

Ávila, tierra de campeones del pedal, ha levantado un carril bici que ni las bicicletas se atreven a pisar. Un misterio urbano que combina absurdismo arquitectónico, fenómenos paranormales y sospechas de origen extraterrestre.
En Ávila, las escaleras mecánicas son un monumento tan absurdo como emblemático. Colocadas en una calle impracticable, solo funcionan en un sentido y acumulan teorías que van desde el error urbanístico hasta el arte contemporáneo.
En Ávila el verano no se disfruta, se sobrevive. Piscinas heladas, plazas vacías y adolescentes pegados por la humedad. Un calor seco, sin brisa ni mar, que convierte cada paseo en penitencia y cada siesta en un derecho constitucional.
La rivalidad entre Ávila y Segovia es una guerra fría con siglos de historia y toneladas de sarcasmo. Aquí no se lanzan flechas, se lanzan pullas. Que si el acueducto es más viejo que la muralla, que si el cochinillo se corta con un plato, que si en Segovia hay AVE y en Ávila apenas hay aves.
Cada viernes, Ávila vive un fenómeno paranormal conocido como “la estampida madrileña”. Esta crónica retrata con humor científico la mutación exprés del urbanita en turista zen...hasta que regresa a la Castellana.
Practicar deporte en Ávila es cocinar a fuego lento dentro de un congelador. Lo hemos intentado todo, desde el fútbol hasta el bádminton, y siempre acabamos entre el barro, el viento y la resignación. Aquí correr es un acto de fe, el ciclismo una invasión semanal y la hípica un desfile de horsepijos y apostadores ocasionales. Al final, lo que mejor se nos da es ver el deporte desde el bar, con pincho, calefacción y una silla bien agarrada. Porque en esta ciudad no hacemos deporte, lo sobrevivimos.
En Ávila no pasamos frío, lo llevamos dentro. Lo contamos, lo exageramos y hasta lo echamos de menos cuando no está. Desde pequeños nos enseñan a enfrentarlo como un rito de paso, ya sea con bufanda sobre la armadura o con minifalda en pleno enero. Podemos estar tiritando, pero diremos que esto no es nada comparado con el invierno del 96. Porque aquí el frío no se sufre, se presume.
En Ávila, los pasos de peatones son un fenómeno inexplicable que ha desafiado a la ciencia moderna. Mientras el mundo debate sobre la física cuántica, aquí seguimos preguntándonos por qué sus habitantes cruzan sin mirar.
En Ávila, no tener pueblo no es solo una circunstancia: es un drama social. Los llamados apueblidos viven marginados, sin fiestas patronales, sin peñas y con una soledad que se agudiza cada verano. Este artículo repasa sus penurias, las terapias de integración rural y el valiente camino hacia la inclusión. Porque todos merecen una abuela con gallinas, un apodo ridículo y un bar donde pedir “lo de siempre”.