1948 días sin ataques a la muralla · 25 pesetas · Edición Especial 

Noticias sobre Ávila

¿Por qué en Ávila dejó de salir la gente por la noche?

En 1999, Ávila vivía su apogeo juvenil con Vallespín convertida en una enorme sala de fiestas. Hasta que Miguel Ángel Rivas, harto del desenfreno, liberó una horda de zombis bielorrusos alimentados con yogures del Gimesan. En pocos meses, la calle quedó en silencio, los bares cerraron y solo quedó el recuerdo. Desde entonces, la ciudad nunca volvió a ser la misma… ni tan divertida.
Una horda de zombis persigue a los últimos representantes de la noche abulense en la calle Vallespín
Una horda de zombis persigue a los últimos representantes de la noche abulense en la calle Vallespín
Índice

Corrían los locos años noventa. Los ecos de la Expo y las Olimpiadas aún copaban los rotativos de nuestro país, mientras que Emilio Aragón deslumbraba a todos en «El gran juego de la oca» ataviado con su pajarita. Entre tanto, la pequeña y pizpireta ciudad de Ávila vivía el auge de su vida nocturna.

Dicen los viejos del lugar que por aquellos días un mono podía bajar la calle Vallespín saltando de cabeza en cabeza. Era tal la cantidad de chiquillos que se reunían allí para tomar Fantas y Coca-Colas cada fin de semana que los coches tuvieron que instalarse una pala quitanieves para poder pasar entre ellos. Aunque las bajas por amputaciones fueron incontables, los viernes se reponían con nuevos palés de jóvenes procedentes de Salamanca, Madrid y Valladolid.

¿Por qué cerraron los bares de Vallespín?

Era el viernes 19 de febrero de 1999. Miguel Ángel Rivas, un vecino del barrio, abandonó el refugio de su mesa camilla afirmando sin tapujos que «le tenían hasta los cojones» y se propuso acabar con semejante bacanal de inmediato. Con un par de llamadas y sendas voces por el patio de vecinos, convocó a las fuerzas vivas de la ciudad esa misma noche. Tras varias meriendas-cenas provistas de tortilla y bocatas de foie gras, trazaron un plan infalible.

Dicha estrategia consistió en contratar una horda de zombis bielorrusos y alimentarlos únicamente con yogures del Gimesan durante varios meses, para posteriormente liberarlos por las calles del casco histórico en los días de jarana. Tras varios intentos fallidos, en los que distintos miembros del grupo represor fueron devorados (a saber, tres concejales, un director de colegio y una profesora de biología), el otrora epicentro de la diversión abulense fue sepultado para siempre. La prensa local trató sin éxito de ocultar la masacre y el miedo se extendió por todos los rincones de la ciudad, hasta que el grueso de bares de copas de Vallespín cerró. El objetivo de Rivas estaba conseguido.

El problema de los zombis abulenses

Sin embargo, surgió otro problema: los zombis. Pasados varios meses, habían acabado con el 70 % de la población intramuros, dando lugar al desierto adoquinado que aún se mantiene. Uno de los lugares que resistieron fue el bar El Pema, donde sus clientes hicieron frente a los invasores. Cuando pasó todo, tampoco quisieron salir; se habían enganchado a los calamares.

La solución para acabar con el ejército de no muertos fue alejarlos del centro de la ciudad, concretamente al barrio de La Encarnación. Un error fatal, ya que aquellos seres ávidos de carne humana encontraron en las verbenas de la UNED una fuente perfecta de alimento. Aún se recuerdan las crudas escenas de desesperación de los jóvenes que trataban de huir amarrados a sus copas, en un intento desesperado por conservar la vida nocturna en la ciudad. Ese fue su final.

El final de una época

Satisfecho, Miguel Ángel Rivas y sus aliados regresaron a la tranquilidad de sus mesas camillas. Los muchachos y muchachas que aún conservaban sus extremidades vieron con amargura cómo su lugar de nacimiento comenzaba a asemejarse a Mordor de manera inexorable. Los cines cerraron, los jóvenes emigraron a otras ciudades, los comercios del centro dejaron de abrir pasada la mañana del sábado y la gente se encerró en sus casas con la caída del sol.

El viejo sueño de rescatar a Ávila del libertinaje se había tornado en realidad, ¿pero a qué precio? Solo cuando el aumento del paro redujo la plantilla de los zombis a un único representante, la seguridad volvió a esta pequeña localidad, pero nada fue igual desde entonces. Fuentes cercanas a esta web afirman que se trata de «El Caminante» y que desde entonces recorre las calles sin descanso en busca de sus compañeros. ¿Realidad? ¿Mito? Tal vez nunca llegaremos a la verdad. Lo cierto es que el experimento de unos pocos acabó con la otrora animada vida de la ciudad, algo que tal vez nunca se vuelva a recuperar. En la actualidad, cada 19 de febrero se conmemora en la Plaza Mayor de Salamanca tan lastimosa fecha, con una marcha en la que los participantes se funden con el animado ambiente de sus calles. Y en el corazón de cada uno de ellos, la herida de no poder vivirlo en su localidad natal

Otras noticias sobre Ávila

Una vecina de Pradosegar asegura que el expresidente Donald Trump pasó parte de su infancia en la provincia de Ávila, donde ya mostraba tendencias arquitectónicas peligrosas, una querencia por los trajes caros y una manifiesta incapacidad para aprobar latín. El equipo del Gloucester Post ha podido entrevistar en exclusiva a Francisca Prieto, quien lo recuerda.
En Ávila, no tener pueblo no es solo una circunstancia: es un drama social. Los llamados apueblidos viven marginados, sin fiestas patronales, sin peñas y con una soledad que se agudiza cada verano. Este artículo repasa sus penurias, las terapias de integración rural y el valiente camino hacia la inclusión. Porque todos merecen una abuela con gallinas, un apodo ridículo y un bar donde pedir “lo de siempre”.
En Ávila, los pasos de peatones son un fenómeno inexplicable que ha desafiado a la ciencia moderna. Mientras el mundo debate sobre la física cuántica, aquí seguimos preguntándonos por qué sus habitantes cruzan sin mirar.