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Noticias sobre Ávila

Los madrileños en Ávila

Cada viernes, Ávila vive un fenómeno paranormal conocido como “la estampida madrileña”. Esta crónica retrata con humor científico la mutación exprés del urbanita en turista zen...hasta que regresa a la Castellana.
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Desde tiempos inmemoriales, los abulenses han sido testigos de un fenómeno que desafía las leyes de la lógica y la migración estacional: la llegada masiva de madrileños cada fin de semana. Ávila se convierte los viernes en un campo de estudio para científicos de todo el mundo, quienes intentan resolver la gran paradoja: si en Madrid lo tienen todo, ¿por qué vienen aquí como si huyeran de una apocalipsis zombi?

El doctor Aniceto Ramírez, experto en migraciones absurdas, ha identificado las fases del madrileño de fin de semana. La primera fase, denominada «Negación y superioridad moral», comienza en el kilómetro 42 de la A-6, cuando el individuo siente una fuerte necesidad de recordar que Ávila es pequeña, aburrida y carece de las comodidades de la gran urbe. Sin embargo, esta fase dura hasta que pisan la ciudad y ven la primera terraza con pincho gratis. Ahí, la voz se les quiebra. Intentan disimularlo, pero el camarero lo ve claro: han entrado en la fase dos, el «Despertar instintivo».

Del «aquí no hay de na» al «esto en Madrid no lo hay»

El madrileño, en su proceso de adaptación, pasa rápidamente por varias contradicciones. Llega criticando la falta de oferta cultural y, acto seguido, se sienta en un banco de la plaza del Mercado Chico durante tres horas sin moverse. Asegura que en Madrid hay planes a todas horas, pero cuando se le pregunta por su última gran salida cultural, elude la pregunta y menciona que «bueno, es que hay opciones». Se queja de la falta de movilidad, pero para recorrer dos calles usa el coche y maldice porque «aquí no hay donde aparcar».

Los intentos de colonización no tardan en llegar. Apenas han aterrizado en Ávila y ya empiezan a soltar frases como «qué suerte tenéis de vivir aquí», «esto en Madrid no lo hay» o «a mí es que me da la vida venir». Sin embargo, no pasan ni 48 horas antes de que empiecen a notar síntomas de lo que los expertos llaman «síndrome de abstinencia urbana». Se ponen nerviosos porque no hay prisa para nada, la gente camina demasiado despacio y, lo peor de todo, se quedan sin cobertura en mitad del campo. Para compensar, sacan su teléfono y revisan el tiempo de espera del metro, aunque estén a 120 kilómetros de la estación más cercana.

Conversaciones de este tipo se pueden escuchar en cualquier bar:

—Esto es calidad de vida, macho. Yo aquí me levantaría tranquilo, desayunaría con calma, sin atascos, sin prisas…

—Pero bien que te vuelves mañana a meterte en la M-30.

—Bueno, claro, porque en Madrid hay de todo.

—¡Pero si no te da tiempo a nada! Si me dijeras que disfrutas de la ciudad…

—Bueno, pero es que en Madrid hay opciones. Si quiero ir a un museo, voy.

—¿Y cuándo fue la última vez que fuiste a un museo?

—…

El síndrome del domingo lento y otras patologías del madrileño

Pero la verdadera prueba de fuego llega el domingo por la tarde. En ese momento, los madrileños comienzan a experimentar el Síndrome de la Marcha Lenta. El regreso se convierte en una sucesión de despedidas eternas, abrazos prolongados y frases como «bueno, vamos saliendo, pero sin prisa». Salen del bar, pero se quedan charlando en la puerta. Suben al coche, pero «ay, se me ha olvidado comprar pan». Arrancan, pero «oye, pasemos por la muralla, que me quiero hacer una última foto». Todo con la esperanza de retrasar lo inevitable: volver a la jungla urbana.

Sin embargo, al llegar a Madrid, una metamorfosis ocurre. En cuanto cruzan el kilómetro 42 de vuelta, se les borra de la memoria la calma y la paz que tanto alababan. Recuperan el ritmo frenético, la agresividad en los atascos y el desdén por la vida rural. Pero que nadie se confunda: el viernes siguiente, como si nada de esto hubiera sucedido, ¡volverán!

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