El verano en Ávila es complicado, muy similar a Carmen Lomana en un botellón: difícil de justificar. Nadie se explica cómo, un buen día, cuando Dios estaba jugando con a Los Sims 4, decidió que aquí también necesitábamos esa estación. Reconozcamos que con Ávila se ha enseñado este tío. La broma de pasar los inviernos metidos en un congelador se acepta. Lo de las alergias primaverales “nivel pro” toca las narices, pero se sobrelleva. Ahora bien, que en nuestra ciudad haya verano igual que en Benidorm o Ibiza es un castigo divino que no nos merecemos.
35 grados sin mar: la condena injusta del abulense medio
Porque, a ver, ¿qué sentido tienen los 35 grados en un lugar como este? Si haces un esfuerzo, te darás cuenta de que lo de llamar Puerto Banús a la calle San Segundo es una chanza, porque ni hay puerto, ni hay Banús, ni hay playa. El río es bastante capullo, porque con las lluvias de abril se desborda, pero en agosto se debe ir con los yayos a la Costa Blanca para descojonarse de nosotros. Por no hablar de los parecidos entre El Soto y los campos de Arizona.
El problema es que tenemos todo lo malo del verano en cualquier otro lugar de España, sin lo bueno. Los de “Aquí la tierra” nos invaden en diciembre para mostrar al mundo las dificultades de vivir bajo la nieve. Qué bonita la nieve, tan blanca, tan idílica, tan… que te abrigas y se va el frío. Ahora, no veo por aquí a Jacob Petrus cuando el suelo se convierte en una sartén. Porque sí, en Ávila hace calor en verano, aunque la gente no lo crea. Además, es un calor de esos secos que convierten las primeras citas en un intercambio abusivo de sudores. Esos adolescentes enamorados y nerviosos que quedan por primera vez, acaban solapados unos con otros como dos bayetas de bar. De hecho, la policía separa a una media de doscientas parejas cada mes de julio en la ciudad.
Pero aun así, tenemos que aguantar comentarios ofensivos de los forasteros. Esos que, sentados en una terraza al lado del mar, te sueltan algo como:
—Mira, Teodoro, esto es vida.
—No se está mal, Josep.
—De esto no tenéis en vuestra tierra. Ahora ya te toca volver al frío, ¿eh?
Al parecer, la gente piensa que vivimos en iglús. Que, al pasar Guadarrama, todo se vuelve helado y surgen caminantes blancos por doquier. Y a ver, caminantes sí que tenemos, concretamente uno. Pero incluso él, en esta época, camina mucho más lento. De hecho, en numerosos días, las personas que regresan a sus casas de madrugada se sienten solas porque este señor no aparece. Y todo es por culpa del calor. El pobre hombre se pone a pasear de la cocina hasta el salón de su casa en bucle. Lo pasa verdaderamente mal y, encima, lo hace en calzoncillos.
Gandía como distrito este de Ávila
Pero entre tanto, con mayor o menor acierto, los abulenses hemos ido diseñando diferentes métodos para aguantar la cosa de una manera más llevadera. Por ejemplo, hace unas décadas se decidió reclamar el usufructo de Oropesa del Mar y Gandía. Hoy en día se consideran barrios anexionados de nuestra ciudad. La realidad es que, en un mes de julio cualquiera, es más fácil encontrar conocidos en los paseos marítimos de esas poblaciones que en El Grande. Gandía es a Ávila lo que Magaluf a Gran Bretaña: un paraíso en el que todo lo que no haces en tu tierra, lo puedes llevar a cabo allí. Y lo mejor de todo es la sociabilidad que demostramos. Gente con la que aquí girarías el cuello de esa manera tan sutil que tenemos en nuestra región, se convierten en el Mediterráneo en amigos de toda la vida. ¡Y todo por ser abulenses!
Cuando nos vemos en esas, no queremos volver. ¡Normal! Sabemos lo que nos espera. Y es que en nuestra capital nos está costando encontrar entretenimientos estivales que sean sanos. Lo de la noche lo tenemos más o menos controlado, porque otra cosa no, pero el tema de las terrazas y las cervezas lo tenemos trillado. Otra cosa es el día.
Piscinas comunales, ancianos desaparecidos y la gran mentira del ocio diurno
El panorama se pone chungo con el calor. Los adorables ancianos que pasean por El Rastro en bucle desaparecen. Nadie sabe dónde van (bueno, en realidad nadie sabe cuál es su destino el resto del año). Incluso una de nuestras piscinas ha decidido que se acabó, que se pira. Ella misma se ha venido abajo. Esa es otra, la de las piscinas en las comunidades de vecinos. No nos engañemos, es postureo y lo sabes. Porque tener una piscina en Ávila que, además, esté a la sombra la mayor parte del día, es como tener una fosa del océano Ártico en casa. Solo hay que ver la cara de los vecinos cuando tratan de zambullirse con dignidad en el agua.
Ahora el discurso cambia en función de si dispones de ella o no. Sería algo así:
Si no tienes piscina:
—No merece la pena, porque realmente la aprovechas dos meses en todo el año. Por eso me compré este chalé con una fundición metalúrgica en el sótano.
Si tienes piscina:
—No está tan mal, además es buenísima para la circulación. Solo son los primeros minutos, luego nadas y se te pasa.
Y efectivamente, luego nadas y se te pasa. Pero si dejas de nadar, te conviertes de improviso en Leonardo DiCaprio, pero con flotadores extra.
Pero pese a todo, nos pasamos el año deseando que llegue el verano. Y siempre nos podremos agarrar al infalible discurso que nos permite decir en diciembre que “yo soy más de calor” y en agosto que “los abulenses llevamos mejor el frío”. Somos diferentes, ya lo sabes.