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Noticias sobre Ávila

El chat de Terra de Ávila

Hubo una época gloriosa (y ligeramente perturbadora) en la que los abulenses más tímidos encontraron su oasis digital: el mítico chat Terra de Ávila. Un rincón de internet que mezclaba ternura, oscuridad y tímidos disfrazados de poetas. En esta crónica repasamos sus tipos de usuarios, sus códigos secretos, los riesgos de pedir el Messenger y las historias que jamás contaste… pero viviste. Sí, tú también entraste. No mientas.
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Chiko17_ tratando de sacar el Messenger de VaMpiRa69 que en realidad se llama José Luis
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No nos engañemos, los abulenses no somos personas abiertas. Entre conocidos no hay problema, junta a un grupo de amigos abulenses, ponlos delante de unas cervezas y deja pasar las horas. ¡Qué gusto da verlos! ¡Cómo piden con ansia otra más! ¡Qué lustrosos están!

Pasa lo mismo con las parejas. Las parejas abulenses son lo máximo, las mejores del mundo, se quieren a rabiar. Pueden pasarse la vida yendo los sábados al Carrefour y los domingos paseando por El Rastro en bucle infinito y no necesitan más entretenimientos. Permanecerán juntos como agapornis en celo.

Pero ¡ay, amigos!, cuando un abulense se encuentra solo en este mundo, ¡eso es un drama! ¡Eso es terrible! ¡Tendría que estar prohibido por la Organización Mundial de la Salud! Pero hubo una época en la historia donde había un lugar en internet donde las almas errantes encontraban su espacio: el chat Terra de Ávila… y no lo niegues, tú también entraste.

En los albores del nuevo milenio, el chat de Terra de Ávila se convirtió en una especie de taberna lúgubre que albergaba gentes de todo tipo, edad, género y… bueno, tara mental. Era algo así como la Cantina de Star Wars en la que lo mismo te podías encontrar a una dulce quinceañera que a una dulce quinceañera que en realidad era un camionero. Funcionaba mucho mejor de lo que pueden hacer ahora aplicaciones tipo Tinder por una sencilla razón: esto es Ávila y que te vean haciendo según qué cosas no es de recibo.

Los nicks, esa ciencia abulense no reconocida

Lo primero que se nos pedía era definir un nick, o lo que es lo mismo, ese mote idílico con el que te podías definir. Ahí se podrían diferenciar varios perfiles. Estaban los vagos que básicamente conectaban su nombre o sexo con su edad, por ejemplo, xica16, niño20, tio34 o mujer19. En algún sobresfuerzo, alguno añadía algún guion bajo porque quedaba bonito.

Existían los del tipo choni que se definían con un lenguaje propio que para el resto era ininteligible. Su nick solía tener muchas mayúsculas y transformaban las palabras al estilo MoR3nitaRexULoNa o FlaMenKiTa19. Por supuesto, los guarros que iban a lo que iban y lo dejaban claro desde el minuto uno y sin contemplaciones. Aquí somos muy pulcros y no vamos a reproducirlos, pero solían estar relacionados con las frutas.

Por su parte, los bohemios cuidaban todos los detalles y elegían a conciencia su nombre, ocultando bajo este un sinfín de motivos. Podían evocar al tiempo, Viento24, a una letra, Zeta, o a algún personaje de ficción. Y mención aparte tenían los siniestros, que hacían mención a seres de ultratumba o del averno tipo LadyVampir, Raven69 o Dead1831.

En el chat de Terra las guapas y los guapos lo tenían jodido… al menos de primeras. De nada valía estar bueno o buena si en la sala eras un puñetero desastre comunicando. Y eso daba una enorme ventaja al resto. Abrir la conversación era clave, sobre todo en el caso de los hombres que estaban, como siempre, en mayoría y por lo general tenían más difícil lo de hablar con alguien del sexo opuesto. Se podía empezar con un «hola», con un «Hola, ¿qué tal?» o, en un alarde de locura, con «ola, k tal?».

La respuesta definía lo que te ibas a encontrar. Si te respondían con un «bn» estabas jodido. Al otro lado de la pantalla había alguien tan perezoso que no era capaz de teclear letras innecesarias. La cosa no mejoraba porque no tenías ni réplica y ahí moría todo.

Si te daban coba, al final se convertía en una especie de cuestionario personal en el que faltaba preguntar si preferían el Cola Cao con grumos, hasta que se abría una conversación que te podía catapultar hacia el éxito. ¿Y qué era el éxito en esas lides? Que te dieran el Messenger. ¡Qué subidón! ¡Qué momento! ¡El Messenger era lo máximo!

Del ‘bn’ al Messenger: cuando ligar era una gesta heroica

En Terra ese paso era comparable a acompañar a tu posible pareja a casa. Estabas frente al portero en un mano a mano. Porque antes había un protocolo en lo de ligar por internet. La cosa no era tan fácil como ahora. Los millenials se hubieran ahogado en el fango de Terra con sus selfies y sus tonterías. Allí imperaba la ley de la selva y solo los más hábiles lograban convertir una conversación en texto en una relación real.

Una vez en el Messenger se pasaba al envío de foto y, con suerte, a la web cam. Ese era un momento delicadísimo porque llegaba la hora de ver si Seductor47 era realmente quien decía ser o si era un señor de Tornadizos con peluquín. Podemos compararlo al momento de abrir un Kinder Sorpresa; te podía tocar el premio bueno o el puzle cutre.

Y si habías completado todos los pasos, llegaba el premio final. ¡Quedar con tu conquista digital! ¡Qué nervios! ¡Qué sensaciones…! ¡Qué decepciones la mayor parte de las veces! Porque si hoy en día, en un mundo en el que nos mandamos miles de fotografías, nos llevamos sorpresas, pues en una época en la que el pixelado lo gobernaba todo, era todavía peor.

¡Pero quedábamos! ¡Y a veces nos iba bien! Podríamos pensar que al otro lado del ordenador estaba un tarado o una tarada. O tal vez el vecino o la vecina de enfrente a la que no saludas en la escalera, a fin de cuentas, era el chat Terra de Ávila, no de Nueva York. Pero cientos de miles de temerarios dieron el paso e incluso algunos llegaron a casarse (aunque ahora lo neguéis, granujas).

Ese antro destacaba una especie que, al ser liberada, se extendió por las redes sociales que nacerían años después. Aunque la mayoría de la gente entraba en el chat para motivos nobles como ligar, comprar droga o pasar el rato, había otros seres que solo se conectaban por un motivo: fastidiar al personal.

Su misión no era otra que la de tocar las narices, era su único motivo en la vida. Entrar ahí de vez en cuando y revolucionar el gallinero. Si se hablaba de política se ponían en contra, si había un tema profundo se reían de ellos y si nadie hablaba… se metían a pulular por los privados.

Pero ahí entraban en juego los agentes del orden y la ley digital: los administradores de sala. Ellos eran los dueños ahí; con un movimiento de ratón podían expulsarte del chat durante el tiempo que les diera la gana. Y eso era una putada tremenda. Sin embargo, los trolls han sido de los pocos habituales a los que la desaparición de Terra ha beneficiado. Ahora se expresan sin piedad en comentarios de periódicos, Facebook y especialmente Twitter, donde siembran el caos

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