No hace falta explicar más que el abulense tiene una relación especial con el frío, pero la nieve es otra cosa. En Ávila nieva todos los años varias veces, de eso no cabe duda. Sin embargo, para que un paisano de bien no se quede con una sensación de desamparo, tiene que hacerlo como Dios manda.
Es una sensación parecida a la que siente un madrileño en verano si no puede ir a Benidorm, la de un alemán sin visitar Mallorca o la de un vallisoletano por, en fin, ser de Valladolid.
Cómo saber si ha nevado de verdad
La meteoróloga del International Center of el Tiempo, Angustias Jiménez, afirma que para que un abulense pueda sentirse satisfecho con una nevada se tienen que cumplir las siguientes condiciones:
—Que el pie se te hunda: aquí no hay término medio, si eres capaz de caminar sin que la nieve te cubra el tobillo, estaremos ante una leve capa de escarcha, o un accidente de un camión de harina, pero no una nevada canónica.
—Que los coches no puedan circular: otra de las claves es que sea imposible moverse en coche hasta que limpien las calles. Es decir, que aquello sea como una estampa de película de Antena 3 en la que dos desconocidos se quedan atrapados en una cabaña y descubren que el amor estaba al lado de la estufa
—Que salgamos en la tele: esta es quizá la más evidente, ya que el único momento del año en el que los medios de comunicación nacionales nos hacen caso es si ha nevado tanto que ni se ve la muralla. Eso sí, normalmente tienen que sacrificar a dos o tres becarios que acaban muriendo de congelación.
Pero, aunque el abulense medio suele quedar satisfecho al cumplirse estas premisas, hay un sector de la sociedad que nunca está conforme. Este grupo corresponde a varones con edades superiores a los setenta y cinco años, que bajo la frase «ya no hay inviernos como los de antes», se niegan a aceptar como nevadas esas nimiedades.
Pero ¿cómo eran los inviernos de antes en Ávila? Según las encuestas, ocho de cada diez de estos hombres afirman que vivieron una edad glacial en la provincia. «En las calles se acumulaban cinco o seis metros de nieve y teníamos que tirar de mamuts para ir de el Mercado Grande al Chico con temperaturas de cincuenta grados bajo cero» afirma Teodoro Somoza, una de esas personas.
Lo llamativo es que es algo que no entiende de fechas de nacimiento y es aplicable a los hombres nacidos tanto en mil novecientos veinte, cincuenta o setenta. Y dentro de cien años, seguro que vemos situaciones así:
—¿Esto es nevar? ¡Ya no hay inviernos como los de antes! ¡Hasta dos centímetros de nieve vi yo acumulados en mi calle!
El descenso en bolsa: el deporte extremo que solo los abulenses comprenden.
Otro de los grandes alicientes de la nieve en Ávila se encuentra en el lienzo norte de la muralla. Lo que normalmente es territorio turista, se convierte en un hervidero de abulenses que se dirigen en masa para hacer algo que llevan en los genes: practicar el descenso en bolsa.
Este deporte, que fue olímpico en los juegos de invierno de Helsinki en 1952, es todo un emblema en la capital. Los participantes hacen uso de bolsas de basura donde plantan sus pasaderas y bajan a toda velocidad por una fiesta repleta de rocas, agujeros, regalos caninos, cardos, niños jugando con la nieve y señoras desorientadas que se van encontrando por el camino.
Aquí la dificultad no está en llegar al final, sino en hacerlo y conservar los pantalones y la rabadilla en perfecto estado. La ADC (Asociación de Donantes de Culos) advierte de que estamos ante todo un drama social que cada año afecta a miles de abulenses.
Así se vive una nevada en Ávila.
Cuando se prevé nieve, en Ávila se genera más expectación que en la Lotería de Navidad o en Eurovisión. Todo el mundo, niños, jóvenes, trabajadores e incluso funcionarios se vuelven auténticos expertos en la materia. De hecho, esta podría ser una conversación normal en un aula de algún colegio de la ciudad:
—Macho, pues yo creo que mañana nos libramos del examen, que la AEMET marca desplome térmico con cota seiscientos.
—Pero qué dices, flipao, que a las cinco de la mañana sube el geopotencial y además no has tenido en cuenta la humedad relativa. Ponte a chapar que mañana no vas a dar ni una.
—Me ha dicho mi padre que si nieva como el modelo europeo, bro, mañana no se mueve ni el Avilabús.
—Bah, pero si tu padre es el mismo que dijo que lo de las escaleras mecánicas era una buena idea.
—Pues que sepas que yo ya tengo los crampones y los sherpas preparados por si tengo que ir a La Blanquita.
Pero si algo está más que comprobado es que la nieve cambia la vida de los abulenses. Los primeros días todo es un manto brillante e inmaculado, pero después se crea esa argamasa grisácea que se acumula entre las ruedas de los coches, esa pasta pringosa que cubre las aceras…Un chapapote semihelado que solo los domingueros se atreven a convertir en siniestros muñecos de nieve.
Y luego viene el hielo. Porque la sal deshace sí, pero cuando el frío aprieta aquello se convierte en una pista de patinaje global, que ríete tú de la que ponen en navidades en El Grande. Si en el lienzo norte se practica el descenso en bolsa tras la nevada, ahora toca el turno del patinaje artístico urbano, mientras se carga con mochilas, bolsos o carteras.
Sea como sea, esto no es nada comparado con lo que pasaba antes en Ávila, y es que, como diría aquel, ya no hay inviernos como los de antes.