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Noticias sobre Ávila

El frío de Ávila

En Ávila no pasamos frío, lo llevamos dentro. Lo contamos, lo exageramos y hasta lo echamos de menos cuando no está. Desde pequeños nos enseñan a enfrentarlo como un rito de paso, ya sea con bufanda sobre la armadura o con minifalda en pleno enero. Podemos estar tiritando, pero diremos que esto no es nada comparado con el invierno del 96. Porque aquí el frío no se sufre, se presume.
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El abulense común ha desarrollado desde hace siglos una marcada simbiosis con uno de los agentes más característicos de su entorno: el frío. Esta relación le acompaña allá donde vaya y la muestra con orgullo por encima de Santas, yemas, pinchos y demás.

Este clima ha marcado la actividad de su día a día desde tiempos inmemoriales. Ya en la época de Isabel de Castilla, las madres despedían a los bravos caballeros al grito de «Raimundo, tápate el cuello que esa cota de malla no abriga nada». Según el Centro de Investigaciones Sociológicas del Barrio de San Esteban, el ejército abulense «era reconocido por llevar bufanda por encima de las armaduras». En algunas ocasiones eran ridiculizados por los enemigos. ¡Pero oye! ¡Ninguno se ponía enfermo! Se habla de que un invierno, todo un ejército acabó rendido por el efecto de los resfriados. Incluso hay escritos afirmando que la señora Pacheco, progenitora de uno de los capitanes, fue la primera que pronunció la frase «Ya te lo dije yo, si es que no haces caso a tu madre».

Nuestro equipo de investigación ha descubierto que, en realidad, Jimena Blázquez detuvo la invasión mora de un modo bastante alejado de la leyenda. Los datos encontrados apuntan a que ella convocó a todas las mujeres con descendencia y comenzaron a gritar desde las almenas: «¡Abrigaros, que vais a coger frío!». Pasadas varias horas, todos los invasores se pillaron una pulmonía. Esto créetelo porque es verídico.

El frío se ha convertido en un modo de vida para los abulenses

Y es que en Ávila, cuando hace frío, lo hace de verdad. De modo que, a lo largo de la historia, los habitantes de esta ciudad han tenido que adaptar las costumbres nacionales a su situación meteorológica. Para ejemplo tenemos el botellón, que mientras que para el resto de España es una aberración contra el hígado de millones de jóvenes, entre murallas se transforma en una lucha por la supervivencia. Realmente cuesta encontrar un motivo para que la gente se ponga a beber a menos cinco grados a orillas de un río.

Sin embargo, en Ávila la gente no hace botellón por vicio, sino por superación. Forma parte de un proceso de interiorización del frío que, según pasan los años, se va arraigando más y más en la personalidad. Lo fácil sería tomar caldo caliente y no usar hielo, pero eso no va con la cultura abulense. ¡Las abulenses van con minifalda en pleno invierno y se sientan en los bancos helados!

Ya en el año 2001, los marines americanos estuvieron haciendo maniobras en El Soto, después de que el mismísimo George Bush recomendara esta tierra para sus entrenamientos. Finalmente, tuvieron que marcharse a Finlandia por la crudeza del invierno. Bueno, tal vez esté exagerando un poco, pero esta es otra de las bases fundamentales de este factor: la exageración.

Pongamos el caso de que uno de esos militares es de Ávila y se va a Escandinavia en pleno diciembre. Imaginémonos también que coincide que las temperaturas están por debajo de los veinte grados bajo cero, hay ventisca y se han estropeado todas las calefacciones del país. Pues bien, la situación podría ser la siguiente:

—Bob: Oh Mike, creo que estoy perdiendo la sensibilidad en los dedos. Seguid sin mí, solo te pido que digas a Mary y al pequeño Timothy que los quiero mucho.

—Mike: Vamos, Bob, no te dejaré en este infierno helado. Pronto estaremos juntos en Alabama asando malvaviscos y alejados de este frío.

—Teodoro: ¡Dices tú de frío! No tienes ni idea de lo que es el frío. Esto, comparado con lo que hace en Ávila, es una brisita mediterránea.

Y es que para el abulense no puede hacer nunca más frío que en su tierra, ya sea en Siberia o en el mismísimo Polo Norte. Puede que se esté muriendo de hipotermia o que la nieve le llegue hasta las orejas. ¡Jamás lo reconocerá!

Un sexto sentido para entender el mecanismo de las bajas temperaturas

El factor, como digo, va aumentando con los años. Esto me ayuda a llegar a ese grupo social que bien podría llevar los partes meteorológicos de todos los telediarios de España: las personas mayores. Esta gente tiene una capacidad infinita de predecir el tiempo… bueno, o quizá no. Pero hacen uso de un conjunto de frases y expresiones que les dotan de gran sabiduría. A saber:

—Según viene el viento, va a nevar.

—Según está el cielo, va a nevar.

—Según me duelen los huesos, va a nevar.

—Según como habla Pedro Piqueras, hoy va a nevar.

—Según han expulsado a ese de Gran Hermano, va a nevar.

Se convierten en auténticas estaciones meteorológicas móviles y no desperdician ninguna oportunidad de ponerlo en práctica. Del mismo modo, expresan su melancolía al ver el triste panorama actual en el que nos encontramos. El cambio climático ha hecho mella y para ellos supone un duro golpe en su memoria. Por eso, cuando uno conversa con este tipo de perfil, mientras se abre camino en la nieve con una pala, siempre escuchará esto:

—¡Ya no hay inviernos como los de antes!

Y esto suele venir acompañado de anécdotas del tipo «Nosotros antes teníamos que usar piolet y dos sherpas para cruzar la calle» o «Nosotros antes pasábamos años aislados por la nieve y nos teníamos que comer los unos a los otros».

Pero así ha sido y así será por los siglos de los siglos. Solo cambiarán las expresiones y las formas. Tal vez, en un futuro lejano, cuando el primer abulense llegue a Plutón con sus 235º bajo cero, plante su bandera y diga: «Madre mía, Teresa, qué calor hace aquí».

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