La web de noticas falsas sobre Ávila que podrían ser verdad y no te extrañaría

La feria y las casetas

En Rio de Janeiro son los Carnavales, en Nueva York el desfile del Día de acción de gracias y en Ávila las casetas. Estamos ante una de las fiestas populares más importantes del mundo, celebrada además en mi ciudad. Hoy analizamos esta experiencia sin par y otra que no le va a la zaga, la feria.

¡Estamos en fiestas! ¿Qué bonito no? Ese ambientillo por la calle, los conciertos, el pregón, los concejales anunciando que éstas son mejores que las del año pasado…Vamos, lo que son las fiestas de una ciudad.

Pero amigos y amigas, si hay un elemento que destaca por encima de cualquier otro en nuestros días festivos, ese es sin duda la feria.

¡Oh la feria de Ávila! Ese crisol de culturas del extrarradio donde nada es lo que parece y todo confluye, ese pequeño zoco en mitad de la meseta castellana, ese maremágnum de ambientes suburbanos… Bueno, bueno, perdón, que me emociono y me voy del tema.Algo cambia en la city cuando llega la feria. Será el entusiasmo del niño que vive en todos nosotros o quizá simplemente el hecho de que haya más luces de lo normal. Pero cualquier abulense que se precie, sabe que dentro de esas atracciones y puestos de comida, se puede encontrar todo un mundo de sensaciones.

Si no eres de Ávila tendrás que saber que aquí hay dos lugares donde se monta el chiringuito, en función delo que se celebre ¿Por qué? ¡Pues porque somos un pueblo inconformista! ¡Todo lo quieres saber, joe!

El caso es que la más grande la plantan al lado de la muralla y la otra al lado de la plaza de toros ¿Cuáles son las diferencias? Pues la misma que en los hombres: El tamaño y el olor. Porque vamos a ver, la de la plaza de toros es… pequeña… así despeinadilla… con poco garbo… ¡Pero con un aliciente que es inigualable para la mayoría de los paisanos: Las casetas! Para que te hagas una idea, las casetas son una especie de ciudad dedicada a la bebida y la comida, que se crea entorno a la feria y de la que brotan por doquier miles y miles de abulenses de la nada. Da igual que lleven encerrados en sus casas eones, porque cuando llegan Las casetas allí van.

¡Pero ojocuidao (Así todo junto)! Porque para visitar Las Casetas hay que tener en cuenta una regla básica y aquí es donde viene la parte del olor. La primera es escoger el día, porque si tú decides visitarlas al principio, todo es perfecto, el aire es puro, la vegetación de la zona se mantiene exuberante, los niños corretean alegres… Pero la última semana aquello se vuelve Mordor. Ya no es que huela mal, que huele, porque es verano, hace calor y aquí no hay playa, el problema son esos ríos que aparecen por doquier y ese suelo tan pegajoso que deja pegados tus zapatos como si fuera cemento armado. Se han dado casos en los que las grúas han tenido que desenganchar a adolescentes que se habían visto atrapados.

Lo bueno de las casetas es que puedes ver cosas que nunca imaginarías, como a tu tía dándolo todo bailando reggaetón, a tus hijos cocinando y limpiando en los puestos (Que saben, lo que pasa es que te intentan engañar) o al empresario con el que te reuniste el otro día, subido en la barra con cuatro copas de las manos. ¡Pero no pasa nada! ¡Son las casetas!

Luego tenemos la otra feria, la de la muralla, ¡La grande! ¡La mítica! Esa que cuando llegas a casa te dice tu sobrino: -¡Tío, ha llegado la feria! ¿Me llevas?

Y claro, como eres buena persona pues te toca llevar al muchacho, aún a sabiendas de la que te espera. Porque cuando te vas acercando al lugar lo notas, algo cambia en ti. Para empezar esta lo de buscar aparcamiento, porque aunque seamos una ciudad donde se llega a cualquier lado en veinte minutos, nosotros los abulenses usamos el coche absolutamente para todo. Después de tragarte un atasco del copón, acabas aparcando el coche aún más lejos de la distancia de la que estaba tu casa.

Pero todo el malhumor acumulado se desvanece cuando llegas a la puerta de las luces que abre la feria y que en un alarde de originalidad, absolutamente todo el mundo utiliza como referencia para quedar con sus amigos.

Y entonces lo sientes, lo palpas, lo hueles. Comienzas a escuchar esa mezcla de músicas profundas y armónicas, que van desde Camela a Fernando Esteso, pasando por El Koala y que ponen la banda sonora a ese sutil juego de luces.

Obviamente, ante tal despliegue, tu sobrino se vuelve loco y quiere montar en todas las cosas que pilla. Pero, amigas y amigos, todos los abulenses tenemos claro que la feria no es lo que parece y que cada atracción es un ecosistema propio.

Por ejemplo los coches de choque. Cuando eres pequeño, tú los ves como una inocente atracción para reír y disfrutar mientras te das leves golpecitos contra otros niños que igualmente te devuelven encantados las sonrisas. Cuando te haces mayor… la cosa cambia. Ese pobre adolescente delgaducho y endeble que ya no puede montar en los de niños, al poner el pie dentro de la pista de mayores tiembla. Todo el mundo sabe que la pista de coches de choque de los grandes es lo más parecido a Sicilia ¡Es como entrar al matadero! Porque además, suele estar ese agradable muchacho con sobrepeso y que te saca cuatro cabezas, que amablemente y sin ninguna intención de hacerte daño, se levanta de su vehículo para dejarse caer sutilmente a fin de que salgas disparado de allí gracias a su peso.

Igualmente tenemos el punching-ball, ese aparato que sirve básicamente para darle puñetazos y que suele estar acompañado por unas bestias pardas que se pasan las tardes dando golpes como carneros, en una especie de ritual de apareamiento, mientras la máquina no deja de tragar monedas. Que oye, mientras se gasten el dinero con eso y no decidan practicar con otras personas…

Pero no todo va a ser malo, también tenemos la comida ¡Oh la comida de la feria de Ávila! ¡Esas patatas fritas con ese aceitillo que se impregna en cada uno de sus poros! ¡Esa suerte de salsas que van directas a tus arterias y que no sabes ni cómo se llaman! ¡Ese calorazo que desprenden los puestos de churros! ¡Esos pelos sudorosos! ¡Esa inevitable ansiedad que te obliga a probar todo una y otra vez!

No sé qué tiene la comida de la feria, que tú sabes que es mala, pero no puedes evitar el comprarte algo. Y sobre todo cuando tu sobrino te dice:

-Tío, yo quiero un algodón de azúcar, la abuela me dijo que me lo ibas a comprar en los caballitos.

Detengámonos un momento ¿Por qué las abuelas abulenses llaman a la feria “Los caballitos”? ¿Será porque ellas también saben lo que pasa en los coches de choque? ¿Será que utilizan algún tipo de lenguaje oculto que desconocemos? ¿Será el champagne? ¿Será el licor? ¿Serán las luces de está habitación? ¡Maldita sea! ¡Ya se me ha pegado una canción de la feria! Ahí te lo dejo, reflexiona y mañana me lo cuentas.

Facebook
Twitter
WhatsApp
BOLETÍN DE NOTICIAS
Oye, majete, ¿quieres que te avisemos cuando haya algo nuevo?
Última hora

Escrito por César Díez Serrano

1.m. Mamífero, ser animado racional que ha llegado a la edad adulta, con doble nacionalidad abulensevalenciana que dedica su tiempo libre a escribir tonterías. Nieto de Teodorillo el de Vallespín y la señora Tere, que hacían los mejores callos del mundo.

2.m. Intento de escritor aficionado que ha publicado, contra todo pronóstico, cuatro libros: la triología La edad de Acuario y El sueño de Connor.

3.m. Fundador de asociaciones y empresas de dudoso éxito nacional e internacional.

4.m. Tipo de ensalada originaria de los Estados Unidos y título de emperadores romanos.

Te puede interesar…

Imagen cedida por pixabay

El explotador 3.000

Os presentamos el invento que revolucionará para siempre el trabajo en las oficinas de todo el mundo. Un aparato que con ingenio y mano iquierda,

Leer más »

El Tudequing Go

En esta ocasión os presentamos una innovadora aplicación, basada en un movimiento social que tiene como origen los pueblos de Ávila «El Tudequing». Una ancestral

Leer más »